El
Juramento 22/10/2007
En recuerdo
de Viviana,
desaparecida
en Isla Negra,
el verano de 1976.
Juan Carlos estaba sentado sobre una roca, en medio del oleaje que lo salpicaba, encogido, aterido, desde su posición privilegiada veía como los buzos hacían el despliegue táctico para encontrar el cadáver de su amiga. Con el borde de su parka se
enjugó la cara, secándose el agua salada y las lagrimas que corrían insistentemente por su rostro. Ese día se cumplían los
ocho días legales de búsqueda, si no la encontraban sería una más de los tantos desaparecidos, tragados por las poderosas
corrientes submarinas de Isla Negra. La gente observaba desde el borde de la playa,
pero, ¿qué playa?, si eso era un roquerío, apenas había un mínimo espacio de arena antes de las rocas adentradas en el mar
“playa” que usaban para sentarse a tocar guitarra, que era justamente lo que habían realizado esa noche fatídica.
Corría
el verano de 1976, caminaban por la avenida principal cuando vieron a las dos rubias, se presentaron y gracias a que su hermano
era un ameno conversador y con experiencia como guía turístico simpatizaron
inmediatamente. Ellas deseaban visitar la casa de Neruda, que aunque cerrada se podía ver desde fuera apreciándose su forma
artísticamente desestructurada, sus jardines, el bote que tenía anclado en tierra y todo eso. Las citadinas, desenvueltas para su edad y muy risueñas, aceptaron gratamente estos guías gratuitos. A Juan
Carlos le agradó inmediatamente la menor Viviana, delgada, ojos color miel, no parecía ser demasiado brillante porque cuando
le preguntó por las notas en el colegio puso una cara implorante de ¡Uff! cambia de tema, que le hizo mucha gracia, era lo
mismo que habría respondido él, si alguien le hubiese consultado por ello.
El tenía
dieciséis años uno más que ella, se veía muy niña tenía la piel tostada por el sol y llevaba un coqueto sombrerito blanco,
pese a él entrecerraba los ojos para mirar, pues la luminosidad solar la afectaba. Su prima Natalia, tenía diecisiete y se
entretuvo sin problemas con el simpático y locuaz hermano menor. Aprovechando el día tan hermoso, pasearon juntos durante
toda la tarde. Cuando se despidieron él les avisó
—vamos
a reunirnos hoy por la noche, nos juntamos a las 11p.m. en la playa frente a la casa del vate.
—¿Qué
hacen?— preguntaron, a lo cual él se apresuró a contestar —nos reunimos
a tocar guitarra y conversar en torno a una fogata—. Viviana intervino
—¡pero hay toque de queda! ¿Cómo es posible que puedan salir y hacer una fogata?
—Esto
es un caserío aquí toda la gente se conoce las autoridades más cercanas están en San Antonio, estamos hablando de unos veinticinco
minutos en auto, no tenemos teléfonos ni oficinas de Gobernación Marítima ni Carabineros y si viene alguien: apagamos la fogata
y no nos ven. Así que no hay problema—. Fue la tranquilizadora respuesta de Juan Carlos.
Viviana
solía pasar las vacaciones con sus parientes, su madre era viuda y debía trabajar duramente para mantenerla. Con su prima
tenían una muy buena relación y su parecido físico hacía que pasaran por hermanas, sus tíos que la querían y trataban como
a otra hija la llevaban a todos los paseos.
Cuando
las chicas regresaron a casa Viviana pidió permiso para ir a la playa en la noche. Su tío se negó de plano —no, bajo
ningún punto de vista— intervino Natalia
—papá
nos invitaron a tocar guitarra a la playa y los chicos dicen que aquí el toque de queda no corre.
Pero él
no cedió —a mí no me importa que aquí se aplique o no, el hecho concreto
es que: Chile está bajo toque de queda y no las voy a exponer a que les den un balazo por estar guitarreando por la noche—.
Fue la respuesta tajante y que no admitía replica.
—¡Tío
por favor!— rogó Viviana que veía escaparse la posibilidad de ver nuevamente
a Juan Carlos.
—¡Ay
papá! toda la vida eres tan mañoso no nos dejas hacer nada— contestó Natalia quien no se acostumbraba a ser contradecida.
—Sí,
y gracias a eso, porque soy mañoso y estricto están de una pieza, en un buen colegio y educándose como Dios manda.
—¡Oh
demonios! es imposible hablar contigo— dijo airadamente, corriendo escaleras arriba hacia su dormitorio y dando un portazo
que retumbó en toda la casa. Acostumbraba a hacer ese escándalo cuando en su calidad de hija única su padre no la consentía.
Ni hablar de su madre, que había presenciado toda la escena en el más absoluto silencio. Ella y su esposo siempre eran una
pared granítica contra la cual chocaban todas sus mañas.
Sin darle
mayor importancia al berrinche la tía sirvió la cena para los cuatro, Natalia no bajó a cenar.
—¿Tío
le aviso que está servido?— preguntó Viviana, —no cariño, ella sabe
a qué hora se cena en esta casa— fue su amorosa respuesta, ambos conversaron con ella agradablemente hasta llegar al
postre. Natalia no bajó. Viviana sentía pena, ambas traían mucha hambre y su prima no alcanzó a comer, consultó lo más convincente
posible —¿tío puedo llevarle el postre?— pero no le resultó. Él contestó suavemente, pero con firmeza.
—No
mi amor, si ella quiere postre que baje a cenar— Viviana los besó en las mejillas y les dio las buenas noches, lamentando
que el día tan bonito terminara de ese modo.
Llegó
lánguida al dormitorio cerrado, cuando se acercó para golpear la puerta ésta se abrió rápidamente y de un tirón Natalia la
metió al dormitorio hablándole en susurros.
—Quédate
callada y escúchame—. La estaba esperando con las camas preparadas abiertas y con cojines puestos de forma tal, que
parecía que estaban durmiendo.
—¿Flaquita
que estás haciendo?— Natalia cerró las camas y con una sonrisa triunfal le espetó.
—¿No
querías ir a la fogata?— Viviana era fácil de convencer por su prima, inocente consultó.
—¿Vamos
a ir sin permiso de mi tío?— Natalia la miró como a un bicho raro.
—Pero
¡obvio! no seas tonta, ven acá abriguémonos bien afuera está húmedo y heladísimo—. Viviana totalmente entregada exclamó
—¡ay! me da lata sacarme el traje de baño, hace tanto frío—. Natalia, práctica, respondió —el problema es
tuyo, es de una pieza si quieres hacer pipí no sé como te las vas a arreglar— contestó riendo sin alzar la voz.
—Oye,
pero ¿cómo vamos a hacer para salir sin que nos vean?— preguntó Viviana.
—¡Ah!,
tenemos que hacer un show primero, rétame, vamos rétame bien fuerte por mi falta de sensatez—. Captando el mensaje comenzó
a sermonearla subiendo el tono de a poco.
—¡Pero!
¿Cómo es posible que tomes esa actitud? lo hacen por cuidarnos— a lo que
Natalia contestaba remedándola.
—¿Cómo
es posible que sea tan estricto? ¡Nos trata como si fuésemos niñitas!
Viviana
continuaba.
—Es
que vivimos en Santiago y los riesgos allá no son los mismos de acá no le puedes pedir que cambie su manera de pensar en cinco
minutos.
—¡Tú
misma lo has dicho no estamos en Santiago sino en un pueblucho donde no hay ni pacos!— Viviana inquirió.
—¿No
será que estás idiota porque tienes hambre? Mejor baja a cenar y ya verás mañana será otro día.— Siguieron así durante
un rato a gritos destemplados simplemente para hacerse oír en el resto de la
casa. Después de concluir el pequeño escándalo se quedaron en silencio y ¡sorpresa!
algo en que Viviana no había reparado, pero que no había sido pasado por alto por su vivaracha prima era la ubicación de la
ventana del baño: muy cerca del cerro.
La cabaña
que sus tíos habían arrendado estaba frente al mar y enclavada en la ladera entonces era cosa de sacar el cuerpo por la ventana,
agarrarse del arbusto más cercano y dejarse caer cómodamente de trasero, resbalando hasta el plano. Natalia más voluminosa y aparentemente menos flexible dio el ejemplo. Después de eso Viviana se envalentonó. Una
vez que estuvo en tierra firme inquirió —¿Cómo haremos después para entrar?—
Natalia que tenía respuesta para todo, comentó —igual, escalamos por la maleza, nos metemos en el baño por la vetana
y caemos dentro de la tina; por eso le puse ropa de cama adentro, para que esté
blandito y no meter bulla.— Viviana a quien le parecía que su prima era un genio, dijo —tienes todo pensado— Natalia informó socarronamente —no es la primera vez que me escapo.
Viviana
quien todavía no terminaba de convencerse de lo que estaba haciendo dice —yo sí, es la primera vez— Natalia la
interrumpió —vamos a ver a nuestros galanes especialmente a Juan Carlos que te tiene loquita.
Viviana
y Juan Carlos se atrajeron desde el comienzo y ahora al oírlo tocando la guitarra sentía más interés por él, se emocionó,
no pensó que cantara tan bonito, se dio maña para sentarse a su lado. Después de un rato largo de canturreo él le paso la
guitarra a su hermano —es tu turno— Juan Carlos ahora la abrazó y siguieron cantando todas esas canciones románticas
de los 60 y 70. Entremedio caía un beso como al descuido.
El mar
furioso seguía embraveciendo, pero en esas circunstancias de sana diversión e inicios de romances veraniegos ¿Quién prestaría
atención a esto? De pronto una ola gigantesca e intempestiva los sorprendió de lleno apagándoles la fogata, el agua encolerizada
capturó a todos por entremedio de las piedras llevándoselos al mar. Luego vino otra ola tan fuerte como la anterior que los
devolvió a la playa y se recogió tan suavemente como si sólo les hubiera dado una lección y les indicara que no se debía salir
con toque de queda y menos aún sin permiso.
Sin fogata
quedaron en la oscuridad más absoluta y el griterío era impresionante. Juan Carlos
hizo gala de su liderazgo natural y a gritos logró ordenarlos lo suficiente.
—¡Cállense
todos! ¡Vamos a revisar si falta alguien!— comenzó a preguntar y efectivamente faltaba alguien.
—¿Natalia
donde estás?— Natalia gritó —¡aquí! ¡no encuentro a Viviana! ¿Está contigo?—
Juan Carlos palideció —¡nos soltamos cuando nos tomó la ola! ¿Con quien estabas tú? ¿Con quien más?— siguió Juan Carlos.
—¡Sólo
con Viviana, sólo ella vino conmigo!— esperanzado consultó —¿Se habrá ido para la casa a cambiar ropa?—
Natalia gritó —¡no, imposible! no sabe entrar en la casa sin mi ayuda, siempre estamos juntas.
Definitivamente
faltaba Viviana, pusieron atención a los sonidos de la noche escuchando gritos de auxilio apenas perceptibles, por sobre el
ruido del mar bravío. Quedaron petrificados ¿Qué podían hacer? ¿Lanzarse al mar?
¡era un suicidio! Al contrario del día precioso la luna ausente, hacía de la noche una boca de lobo. Alguien sugirió —¿y si fuésemos a buscar ayuda?— otra voz contestó —¿Pero a quién? no
tenemos buzos, ni rescatistas, ni Carabineros, este lugar está a campo abierto
¿Y si los hubiese? ¿Creen que se lanzarían al mar?
Cuando
lograron tranquilizarse lo mínimo necesario, partieron todos a casa de Natalia a avisarles a sus padres, dormidos placidamente,
lo ocurrido. Ellos, actuando con una fortaleza impresionante y sin decir nada, se abrigaron, tomaron una linterna y partieron
inmediatamente detrás de Juan Carlos, a la playa a escuchar el ruido de la marejada. Después de un tiempo el tío dijo a su
esposa y a Juan Carlos.
—¿Se
atreven a ir a San Antonio?— ambos asintieron.
—Bien
pasen a la casa, saquen un paño blanco grande y pónganlo en un palo y lo llevan fuera del auto, como enarbolando una bandera—
mirando a su esposa indicó
—Conduce
tranquila y estén atentos a cualquiera que intente detenerlos, vayan a lo primero que encuentren Gobernación Marítima o Carabineros y den aviso, nosotros esperamos aquí. La madre de Natalia y Juan Carlos partieron
corriendo. A la hora regresaron con una camioneta de la Gobernación Marítima, tenía unos reflectores potentísimos con los
que auscultaban palmo a palmo la playa, el roquerío y las aguas, pero el mar rugiente sólo dejaba ver su espuma y su oleaje.
Velaron
toda la noche, se habían reunido las familias de todos los jóvenes y habían iniciado una cadena de oración por esa muchacha
desconocida, otra presa que había cobrado el mar.
Los padres
de Natalia partieron a San Antonio con las primeras luces del alba, para formalizar la denuncia y avisar a la madre de Viviana. Con la llegada formal de la gente de la Gobernación Marítima se organizó la búsqueda
legal. Ese día el Oficial a cargo habló con los tíos haciéndoles ver que los milagros no eran frecuentes en ese sector, la
esperanza de encontrarla con vida era mínima, la joven pudiese no responder quizás porque estaba inconsciente entre las rocas
o el mar la podría haber botado en otra playa más lejana. Pero su deber era informarles que dadas las condiciones del siniestro
y marítimas; lo más probable es que hubiese muerto.
La barcaza,
a cargo de las operaciones, no se podía acercar más a la playa sin el riesgo de escorar. Los buzos de la Gobernación Marítima
y los mariscadores revisaron cientos de metros a la redonda, las corrientes marinas indicaban claramente donde estaría la
joven. Jugaban contra el tiempo, el clima no estaba a favor, las marejadas se
mantuvieron y, aunque los buzos se anclaban entre ellos, era imposible realizar una búsqueda eficiente sin el riesgo de morir
azotado contra una roca. El precio era muy alto para rescatar un cadáver. Por su parte, todos los miembros del caserío hicieron
un exhaustivo recorrido por todas las playas del sector: sin resultados.
Cada fin
de día el Oficial a cargo hablaba con los familiares, pero ese octavo día lo hizo a primera hora y se dirigió específicamente
a la madre, en forma profesional y lapidaria.
—Señora,
después de infructuosas y arriesgadas operaciones usted ha tenido tiempo de asumir que su hija falleció. Hoy lamentablemente
debo informarle que lo que estamos buscando no es un cadáver, sino los restos, es duro lo que voy a decirle, pero el cuerpo,
de encontrarse, estará golpeado contra las rocas, hinchado, deforme y presa de depredadores— ante la mirada atónita
de su interlocutora, el oficial aclaró
—existen
muchos pequeños animales marinos, para ellos un cuerpo es solamente alimento. Si llegamos a encontrar algo, máximo vamos a
poder conseguir una prueba de que ella está muerta, para que usted quede tranquila.
La madre,
sus tíos y prima, permanecían ahí todavía en la playa esperando un milagro que no ocurrió. Terminado el plazo de búsqueda
legal la Gobernación Marítima se retiró y quedó oficialmente, como desaparecida en el mar. Ante la ausencia del cadáver, ella
sería declarada legalmente muerta sólo cinco años más tarde.
Un buzo
profesional, pagado por la familia, continuó buscando. Dos meses después, encontró el resto de un traje de baño rojo, se notaba
que había sido de una pieza. Natalia lo reconoció, incluso recordó su broma “si te dan ganas de hacer pipí no se como
te las vas a arreglar”. Aparentemente ese traje de baño era lo único que recuperarían desde el mar.
Hasta
el término del proceso Juan Carlos, seguía sentado en la roca, flaco, demacrado, sentía la impotencia de no poder hacer algo
para darle a su amiga una sepultura cristiana y tranquilidad a la madre. Decidió que él se iba a convertir en buzo, no en
cualquier buzo ¡en el mejor buzo! Y rescataría gratuitamente los cadáveres de las personas que desaparecieran en el mar. Con
este juramento en su corazón pudo superar la pena de perder a su incipiente amiga, pararse y continuar su vida.