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CUADERNOS GRIEGOS
(Fragmento)
Ariadna María de la Fuentesanta, la de la calle Quiller, número siete, de Agias Paraskevi, Esa soy yo. Deliro,
Sueño, Imagino. En el preámbulo de mi nueva vida, saludo al sol en la playa nudista
de Superparadise. Este es mi cuerpo tendido sobre la arena nacarada. Esta es mi piel dorada. Sí, estos son mis brazos relajados, uno a cada lado del cuerpo, las palmas de las manos hacia arriba como en una sesión
de yoga. Estas son mis piernas largas, distensas sobre la enorme toalla estampada con diseños de Mondrian. Esta es mi voz interior. Es el hilo de la voz que me habla sin parar, en la vigilia y en los sueños,
mi voz única que a ratos me susurra extrañas melodías. Puedo escucharla como
una canción lejana, confundida con el sonido del mar...
Mi amor por Alexander, perdido y olvidado en Cáscaras, insiste en perseguirme. Es un sentimiento profundo que, como una enfermedad que trabaja por dentro,
se presenta en mis sueños y hasta ha llegado a formar parte de otra historia,
onírica ésta, donde pervive y se mantiene vivo, como el primer día. Se aparece mientras duermo, para decirme: “Soy yo,
aquí estoy. No has logrado olvidarme”. El sueño reconstruye su presencia, el olor a bosque de su perfume, una mezcla
de monte y corteza de frutas y cuando despierto y me percato de que sólo fue
un sueño, de que Alexander ya no está en
mi vida, me embarga una indescriptible
alegría, seguida de un gran alivio. La energía regresa a mi cuerpo descoyuntado y entonces, me levanto alegre, con inmensos deseos de vivir y enfrentar lo que me traiga el día...
Desde aquí, apenas incorporada sobre los codos, puedo ver a lo lejos, el yate “Merlina”, de Dionisos
Palaris, empequeñecido, como un punto negro
en el horizonte. Apenas se mueve. Como en un trompe l’oeil, la nave
se bambolea. No sé si se acerca o se aleja. Tampoco me importa. Después de la desaparición
de Tasio (porque eso fue, desaparición, ya que el cadáver nunca fue hallado),
tomé la decisión de quedarme en Mikonos, este pueblo blanco, poblado de capillas y molinos y venir con frecuencia a Superparadise,
a esta playa de arena rosada como polvo de perlas que brilla sobre mi piel, bajo el sol único-en-el-mundo de Grecia. Ahora recuerdo que -en el sueño- le pedí a Tasio
que me dejara sola en esta playa, porque aquí quiero quedarme, porque desde este lugar podré recordar, sin interferencias,
nuestra vida en Atenas. Porque aquí soy
yo, tu Ariadna, yo sola con tu recuerdo,
lejos de tantas distracciones, de tantas cavilaciones estériles...
Resulta increíble cómo mi mano se va sola cuando tomo el pequeño cuaderno y el lápiz que siempre tengo al alcance
en la mesilla al lado de mi cama. Allí, en la soledad, comencé a escribir lo que voy soñando, lo que va pasando por mi mente en la vigilia, mientras la habitación se va
poblando de remotas presencias que danzan, ante mis adormilados ojos, amenizadas por el canto de los pájaros, confundido
con los ruidos del amanecer y el lejano ladrar de los perros del vecindario. Comienzo por describir el contorno de los muebles
y cómo los débiles rayos del sol naciente van iluminando los objetos que, a su vez, evocan otros objetos que me hacen recordar presencias ya olvidadas y mi memoria involuntaria deviene en un inmenso espejo donde
los recuerdos se van reflejando hasta cobrar vida...
He ido llenando los cuadernos griegos, adquiridos en el rincón de la papelería del Vassilopoulos, decorados
con antiguos diseños de dioses, héroes, bestias
y quimeras, y en ellos he
ido anotando todo lo que me ocurre, todo lo que sueño, todo lo que imagino y
recuerdo, hasta que tengo que parar, porque la escritura se va convirtiendo en
una obsesión y es la pura pulsión lo que guía
mi mano y temo alienarme sin remedio y vivo como en las nubes, sin percatarme de lo que me rodea. Entonces, convencida
de que eso de llevar un diario no es sano y no debo anotar cada cosa (lo que como, lo que hago y lo que no hago, lo qué sueño y hasta lo que voy pensando a
cada momento), he tomado la firme decisión de renunciar a esta escritura compulsiva y, en
un momento de total lucidez, he roto los cuadernos griegos para volver
a comenzar desde cero, desde el blanco más blanco de mi mente...
En la habitación semi-vacía, la noche me arropa y, como si se tratara de una
lápida, regresa el recuerdo de Alexander y me oprime el corazón, tanto, que me siento aplastada, como si fuese apenas la mitad de mi misma. Se me hace difícil desandar los caminos de la memoria, siento el calor de la sangre correr por mis venas
y la angustia retuerce mi vientre. No se trata de miedo, pero tengo la boca seca. No es el calor, pero ardo por dentro y estoy sudando a chorros. Entonces, gradúo la
calefacción al mínimo, apago la luz y me dispongo a dormir...
A la mañana siguiente,
desde la ventana, contemplo el cielo de Mikonos visitado por la aurora de los rosáceos dedos. Más allá de la terraza, puedo
distinguir las copas de los gigantescos pinos, las ramas más altas, moviéndose suavemente, se introducen en los corredores
de la terraza. Desde la cama, miro los
escasos muebles y me reconforta pensar que vendrán tiempos mejores y que esta
angustia, ¿o acaso, desesperación?, pasará pronto, pero el recuerdo de Alexander me persigue sin tregua y tal vez me
perseguirá por siempre. La sensación persiste, acompañada de una combinación de rabia y tristeza. Creí que gracias
a mi amor por Tasio, lo había olvidado y que sólo se trataba de sueños recurrentes, pero estaba equivocada, Alexander sigue allí, incrustado en lo más profundo de mi carne
y de mi alma también. Sé que debo acostumbrarme a vivir sin su presencia, sobre todo sin su voz, pero aún siento su recuerdo
correr por mis venas, atascarse en mi garganta y aplastar mi cabeza como si se tratara de un sombrero de plomo. Desde esta
sensación de infinita soledad, me pregunto, ¿por qué tuve que acostumbrarme a su presencia,
para después tener que olvidar?
Después de la premonitoria
lectura del I Ching aquel viernes por la tarde, Ariadna no solicitó más a la Condesa la lectura del café al final del almuerzo y desestimó las advertencias del Tarot, negándose a
escuchar los mensajes que Sandra Kalathos insistía en comunicarle. Sólo escuchaba, sin atender a las palabras que salían de los labios de ambas. Tenía la certeza
de que su suerte ya estaba echada: del lado de acá, la vida programada, organizada, sin mayores sorpresas, todo suave, previsible,
agradable; y del lado de allá, el laberinto del pasado, un abismo sin
fondo, unas veces lleno de humo y otras, de rutilantes espejismos que la invitaban a desenredar la madeja, a regresar...
(Fragmento de novela inédita)
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Rincón
Por:
Antonieta Madrid
Penélope
no puede destejer
lo
que no ha tejido.
María Celina Núñez
(“Sitiada”. Maleza)
Me
llaman La Volátil, sobrenombre que me encanta porque afirma mi aire de liviandad,
de ligereza, aunque les advierto, esto nada tiene que ver con La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, sino
más bien con la ineluctable volatilidad de mi modo de ser, que no se asienta,
que no se apega a la gente, ni a las cosas, sino que se esfuma y desaparece cuando lo considera conveniente. Hace cuatro días
que estoy encerrada en mi apartamento de Kolonaki. Escogí este lugar para vivir
porque desde el balcón puedo contemplar los predios de Edipo, donde dicen que se asiló, junto con su hija Antígona, después
de la tragedia, desencadenada por el empeño en buscar su identidad (Sófocles
dixit), aunque no estoy segura de que esta historia corresponda a la que narra la mitología (son tantas las versiones), ya
que la especulación sobre las huellas de los héroes y sus leyendas, resulta interminable.
Estoy en este rincón
por mi propia voluntad. Nadie me lo ha impuesto. Sólo quiero experimentar la soledad y es en la ciudad donde se puede
mantener el más absoluto anonimato y, no lo puedo negar, me resulta delicioso pasar desapercibida, saber que estoy sola entre
tanta gente y que puedo compartir la vida de
quienes me rodean, según el espejo donde me mire. No se trata de MPD (Multiple
Personality Disorder), no, sino de algo considerado como completamente normal, porque está probado que dentro de cada ser
humano coexisten varias personalidades. Lo que pasa es que sólo aceptamos y cultivamos la que más nos conviene.
Soy
Laura Sachinis (ese es mi nombre real), pero también me llaman La Volátil, tal
vez porque no me afinco en nada, ni en nadie, y porque a mi alrededor van y vienen las otras Lauras, junto a las Ariadnas,
las Sandras y tantas otras, como si se tratara de muñecas guardadas en un baúl que de vez en cuando, saco de las cajas, para jugar
al juego de la escritura. Es maravilloso
no tener que llamar, ni atender llamadas, apenas ver el correo y responder los mails de vez en cuando. Por el correo electrónico y el teléfono móvil, doy gracias
a los adelantos de la tecnología.
Aparte del extrañamiento que me embarga, lo que persiste en este encierro es la sensación
de estar enterrada en un agujero, cavado en medio del bosque: mi cuerpo cubierto con hojas secas, palos y ramas amarillentas, como los judíos que, durante la guerra, se escondían
en los campos, alimentándose de setas y fresas silvestres mientras escuchaban
el ruido de las botas sobre sus cabezas y respiraban el escaso aire húmedo con fuerte
olor a estiércol, musgo y tierra mojada...
Como
y duermo a las horas regulares. Escucho la música de mi preferencia: jazz, blues, rock, techno, música country, reggae y reggaeton
en todas sus variantes. Leo y escribo a ratos, cuando realmente me provoca y sobretodo, me relajo en el disfrute de esta soledad
y me pierdo en el vacío que me parece inmenso. Duermo en mi habitación con la puerta corrediza abierta hacia la terraza y disfruto
de mis sueños. Casi siempre se trata de sueños premonitorios. Sueño con Tasio Cadogan, el “ex” de mi amiga Ariadna.
Sueño que estamos en Buenos Aires,
donde Tasio se encuentra actualmente, ¡qué casualidad!, sueño que paseamos por la
Calle Florida, tratamos de abrirnos paso entre la muchedumbre y para escapar
de los conocidos, entramos en una librería enorme, como un supermercado, donde revisamos libros y respiramos el aire acondicionado...
Me entretengo
-en el sueño- revisando los libros de Jack Kerouac, The town and the City;
On the Road; The subterraneans… Compro algunos.
Tasio me pide el paquete para llevarlo. Entramos en una cafetería decorada al estilo art deco, con sillas y poltronas
de diseño. Pedimos “copetines” y hacemos planes para un futuro mediato,
para cuando Tasio esté liberado del corset diplomático que lo asfixia; para cuando ya no esté Ariadna de por medio
y podamos vivir juntos, lejos de todos. ¡Ah!, que sueño más reconfortante, pienso,
dentro del mismo sueño. Pero si son puras ñoñerías sentimentales, reflexiono:
este sueño no tiene sentido, cuando sé muy bien que lo mío sólo es parodia y
dispersión...
Me
pregunto -ya fuera del sueño-, ¿por
qué me interpuse en los planes de Tasio y Ariadna? y me percato de que
no he hecho otra cosa, que inmiscuirme en la vida de Tasio. Sabiendo que lo nuestro no tiene futuro, he tratado por todos
los medios a mi alcance de estropearles su amor, metiéndome hasta en los más mínimos recovecos
de sus vidas. Esta certeza hace que me sienta sofocada y a veces, hasta
desesperada. Busco una salida en mi mente, pero me percato de que hemos estado
atrapados en el mismo laberinto,
sin salida posible. Después de pasar unas horas despierta, me duermo de nuevo y sueño que
Tasio, declarado muerto en la vida real, ha sido trasladado a la Delegación de su país ante la ONU, en Nueva York,
justo en la misma ciudad, donde ahora se encuentra Ariadna, en compañía de un tal Dionisos Palaris, que la recogió en la isla
de Mikonos, hace apenas un mes, cuando vagaba sin brújula por las torcidas calles del pueblo. ¿Se habrán instalado allí sólo
para cumplir los respectivos sueños? ¿Acaso se mezclarán de nuevo sus destinos?
Una
libélula que se ha colado desde la terraza, me despierta en medio de una gran angustia, y al despertar, tuve la certeza de que no habrá salida para la encrucijada en que me encuentro atrapada, que la única salida posible sólo podré encontrarla dentro de mi misma, y sólo mi conciencia podrá liberarme del peso de la culpa inexpugnable
de tan alevosa intromisión. Ahora que lo comprendo todo -el motivo de mi encierro
y el porqué de esta angustia que
me aplasta, con una fuerza suprema, contra el
recientemente adquirido colchón semi-ortopédico, Queen Size-, disfruto en la Tele de un nuevo capítulo de Sex and the City, mientras
pienso que debo renunciar a mi amor
por Tasio y dejar que el destino haga su trabajo sin interferencias y, una vez libres de culpas y rencores, nos reúna
o nos aleje definitivamente...
(Fragmento
de novela inédita)
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ANTONIETA MADRID (Valera, Venezuela). Magister en Literatura Latinoamericana Contemporánea en la Universidad Simón Bolívar (USB); Licenciada
en Educación en la Universidad Central de Venezuela (UCV, 1968); Estudios de
Doctorado en Ciencias Sociales (FACES/UCV). Becada por The University of Iowa, School
of Letters, recibió el Título de Honorary Fellow in Writing. Ha publicado: Nomenclatura
cotidiana (Ed. bilingüe: Naming day by day), New York, 1971; Reliquias
de trapo (relatos), Monte Avila, 1972; No es tiempo para rosas rojas (novela),
Monte Avila, 1975 (varias ediciones); Feeling (relatos); Lo bello/lo
feo (ensayos), Academia de la Historia, 1983; La última de las islas (relatos), Monte Avila, 1988; Ojo de Pez
(novela), Planeta, 1990; Novela Nostra (ensayo) FUNDARTE, 1991; El
duende que dicta (ensayos), Caja Redonda, 1998; De raposas y de lobos
(novela), Alfaguara, 2001; Al Filo de la vida (relatos). Bid & Co. Editor. Caracas, 2004. Ha obtenido el Premio Interamericano de Cuento (1971);
Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (1974); Premio Único Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra (1984); Premio Único de Ensayo FUNDARTE (1989) y Finalista (entre diez novelas) del Premio Internacional
de Novela Rómulo Gallegos (1991), entre otros reconocimientos.
ADDENDA: Ha sido Profesora en la Escuela de Letras de la UCAB; en la Cátedra Andrés Bello, University of the West Indies
(UWI), Cave Hill Campus, Barbados y Jefe del Taller de Narrativa del CELARG.
Ha desempeñado cargos diplomáticos en las embajadas de Venezuela en: Argentina; Grecia; R.P. China; Polonia y Barbados, como
Ministro Consejero. Encargada de Negocios en varias oportunidades y en el Servicio Interno de la Cancillería como Ministro
Consejero. Sus obras, traducidas a varios idiomas, forman parte de diversas antologías
y son ampliamente estudiadas en las universidades nacionales y del exterior, dando origen a
numerosas Tesis de Grado y Postgrado.
Teléfonos: (0212) 987.0907 y (0212) 985.9293
E-mail: anmadrid@cantv.net
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